Desvariando he violado
el sentido común del pudor
cuando tanteé el trasero
a la bella enfermera
que gentilmente
me ofrecía la cuña.
Con la diestra la he tocado
y él se alzaba soberbio,
no sentía la fatiga
de mi fresca herida.
No me preocupaba del dolor
por aquel mágico posterior,
que pasión suscitaba
al libertino pinganillo
que no sentía la razón
de quedar quieto, quieto
luego que ha entrado la enfermera.
Encomienza a preocuparme
del dolor en el bajo vientre
que me oprime y no cede.
Solo cuando se ha ido
encomienzo a respirar
pero al pensamiento
de aquel trasero
se reavivan las penas.
Infernales y atormentadas
no queda más que la mano
para placar este tormento
que me ha cogido en un momento.
No me arrepiento,
ni tampoco me avergüenzo
porque cuando fui curado
y dado de alta del hospital
esperé la enfermera
para podérselo tocar.
La conjunción ya está toda,
la herida ya no hace más mal
finalmente la cita
fuera de la cama del hospital
ahora so yo
que la hago gritar.
© Greg D.
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